El Dakar de 2011 fue mi primera vez, la novedad, el momento en el que vi cumplido mi sueño de infancia. Ahora la vivencia tiene otros matices. Ya no soy la novata, aunque aun no me considero una experta en los raids. El trial sigue siendo la parte más importante de mi profesión y todavía tengo mucho que aprender y por mejorar.
Mi objetivo sigue siendo terminar, que por sí solo ya es un reto en una carrera tan dura y compleja como el Dakar. Los primeros días no han hecho más que corroborar esa idea que a veces se percibe como un tópico. El Dakar no es un juego. Cada día nuestra integridad física se pone a prueba, no sólo por si somos capaces de resistir los 45ºC bajo el sol, o los largos kilometrajes que tenemos que superar llenos de obstáculos; la vida está en juego, aunque no seamos conscientes de ello. Los que montamos en moto no solemos hablar mucho del tema, pero cuando me preguntan qué es lo que más temo la respuesta es siempre la misma: una mala caída. Sé que muchos no lo entenderán, pero la moto es mi vida, mi profesión y mi pasión.
No sé aun cómo acabará esta historia, no sé si yo la acabaré. En 2011 llegué a la etapa de descanso sacando pecho y diciendo “pues creía que esto del Dakar iba a ser más duro”. No sabía lo canutas que las pasaría tres o cuatro días después. Como entonces, no sé que sucederá la próxima semana, pero este año he sufrido más, y eso que me siento más fuerte que nunca. Sólo sé que el Dakar sigue siendo una auténtica locura. Y debo estar loca, porque me gusta.